Argumentario realizado por el Partido Comunista de España en Madrid y la Unión de Juventudes Comunistas de España en Madrid.
ANÁLISIS DE CONTEXTO
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La crisis provocada por la pandemia, a pesar poseer elementos imprevisibles y coyunturales, no podemos dejar de relacionarla con el momento de desarrollo capitalista en el que nos encontramos. La agresión de los ecosistemas que provocan los modos de producción capitalista están también relacionados con la aparición de este fenómeno.
Por otra parte, esta crisis, se inserta dentro de unas crisis mucho más grandes de las que ya veníamos haciéndonos cargo desde hace tiempo: crisis social, ecológica, económica, de cuidados y migratoria.
Parece previsible que este no sea el único período crítico al que nos enfrentaremos en los próximos años. Es momento de estar especialmente atentas a los análisis que llevan compartiendo las compañeras ecologistas en cuanto al agotamiento de recursos y la superación de los límites del sistema para poder anticiparnos a las crisis que se avecinan.
Por otra parte, esta crisis no llega a un sistema funcional para el sostenimiento de la vida. Se produce en un sistema capitalista cuyo eje de articulación social es la acumulación de la riqueza, y que las últimas crisis han reestablecido la acumulación a través de la destrucción de servicios públicos, el abaratamiento de la mano de obra y la precarización de la vida en general.
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Esta crisis del coronavirus no ha hecho sino agudizar una crisis de cuidados que no es nueva y sobre la que el movimiento feminista ha articulado en los últimos años las huelgas y movilizaciones masivas.
Vivimos en una sociedad con una organización social del cuidado muy deficiente. Que articula el cuidado de varias formas:
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Una enorme parte del trabajo se realiza en los hogares. Siendo los sostenedores principales en un momento en el existe menor tiempo disponible para ellos por la precarización de los salarios que exigen que las familias deban dedicar más horas al trabajo remunerado.
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A través del pago de servicios para sostener la vida, en gran parte por el servicio doméstico, que se trata de uno de los sectores más precarizados que cuenta con un régimen especial carente de derechos laborales ni sociales que mayoritariamente cubren mujeres (96% ), muchas migrantes y sin papeles.
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Servicios públicos: la sanidad, la educación y servicios sociales. Estos servicios han sufrido graves recortes, cuyas consecuencias estamos viendo estos días. Los servicios sociales han sufrido un brutal deterioro, cada vez más privatizados e ineficientes.
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Atención a dependencia, cuidado de mayores. Red débil, precarizada y completamente insuficiente para cubrir las necesidades de cuidado que se dan en los hogares, que normalmente se complementan con las reducciones de jornada u otras opciones de reducción de ingresos en los hogares que son asumidos mayoritariamente por mujeres.
Todos estos elementos, que en un sentido amplio se encargan de las actividades de reproducción social son espacios completamente feminizados.
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El movimiento feminista ha construido algunos elementos políticos que resultan cruciales para entenderlo:
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Existe toda una esfera económica que sostiene la vida sin remuneración ni valoración social, invisible para el circuito de la “economía”. El capitalismo patriarcal no sólo está en conflicto con el trabajo entendiéndolo desde el punto de vista productivo, sino con toda la actividad humana que hace posible la vida, y con la vida misma. Así como ese mismo trabajo productivo sin el trabajo reproductivo no sería posible. El trabajo productivo y la generación de valor no se pueden dar sin el trabajo reproductivo.
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Necesitamos cuidados, somos seres dependientes a lo largo de toda nuestra vida. El sistema capitalista y patriarcal los pone constantemente en peligro. Los necesita para asegurar la mano de obra pero articula la sociedad y la economía en torno a la acumulación de dinero imposibilitando que los cuidados puedan darse: necesita que cada vez más cuidados se realicen de forma gratuita en el hogar, pero los hogares no pueden sostenerse sin todos sus miembros trabajando por la precarización del empleo. Se necesita educación, sanidad y servicios sociales para que los y las trabajadoras puedan mantenerse vivos y socializarse para el sistema, pero el capitalismo necesita privatizar los servicios para seguir acumulando riqueza y los pone de nuevo en riesgo. Es decir, existe un conflicto inherente al sistema capitalista entre el capital y la vida que se agudiza en tiempos de crisis.
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Son en estos conflictos entre el capitalismo y la vida donde se han conquistado derechos no sólo laborales, sino también sociales. Las luchas vecinales han sido clave para mejorar el acceso a la vivienda, a la salud y a la educación, donde hay mucha presencia de mujeres.
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Siguiendo con esta crisis, la división sexual del trabajo que organiza el sistema patriarcal se ha estructurado de forma que las mujeres mayoritariamente se han encargado de las actividades reproductivas, tanto en el ámbito laboral remunerado como en el no remunerado. Siendo mayor su presencia cuanto menor es la especialización, remuneración y valorización social. Ejemplo: hay un 60 % de mujeres médicas, un 85% de enfermeras y casi son un 100% el porcentaje de mujeres empleadas en la limpieza de los hospitales.
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Como hay muchas actividades de cuidados que se hacen sin ninguna remuneración ni reconocimiento, cuando pasan al ámbito productivo lo hacen en las peores condiciones de precariedad y derechos.
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Cuando el sistema ha entrado en crisis, las mujeres, se han incorporado a la actividad productiva en las peores condiciones, más precarizadas y en los trabajos menos remunerados e invisibles. Siendo nosotras, el ejército de reserva de mano de obra del sistema. Esta brecha en acceso al salario se da principalmente como consecuencia del injusto reparto de las actividades de cuidado no remuneradas, que realizan de forma generalizada las mujeres dentro de los hogares. Que provoca el efecto de la doble presencia y el conflicto a veces irresoluble entre cuidar y currar.
SITUACIÓN DURANTE EL CONFINAMIENTO
En esta situación excepcional del coronavirus se visualizan con más fuerza algunas cuestiones en este sentido:
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La carga de cuidados se incrementa de forma exponencial en los hogares. Los menores no pueden ir a clase, el número de personas enfermas que tienen que ser cuidados por sus familiares en sus viviendas es muy elevado y otros servicios de apoyo a personas dependientes se encuentran cerrados. Estas circunstancias hacen que la presión de trabajo dentro de los hogares aumente hasta límites extenuantes. Y sabemos que son mayoritariamente las mujeres las que asumen la mayor parte de tareas: preocuparse de la educación de los menores, la atención a mayores y dependientes, la limpieza, compra, cuidado emocional y gestión del hogar para que sea funcional para el sostenimiento de sus miembros.
En qué medida aumenta la presión de cuidados condiciona la vida de las mujeres por supuesto está condicionada por cuestiones de clase y el resultado será radicalmente diferente: quienes puede pagar cuidados mantendrán los empleos, mientras que las que no puedan hacerlo perderán los empleos además de aumentar el riesgo de no poder satisfacer las necesidades de los menores o dependientes que tienen a su cargo.
La solución del teletrabajo sin tomar en cuenta las cargas que existen en cada hogar es la muestra de la invisibilidad de la actividad de cuidados. El papel que cubre la escuela no es sólo el de transmitir conocimientos, sino el de cuidar a los menores en un sentido amplio. Si los menores están en casa mientras los mayores trabajan, ¿quién les cuida?
Las familias monomarentales son en este momento un sector especialmente vulnerable, que ya antes del coronavirus se encontraban en un riesgo de pobreza elevado, y ahora no cuentan con apoyo dentro de casa para atender a los menores y las demandas laborales. La carga de cuidados pondrá en mayor riesgo el empleo siendo en este sistema un conflicto irresoluble. La mayor parte de mujeres empobrecidas asumen trabajos denominados esenciales, por lo que si el papel de la escuela deja de cubrir su función social en relación a los cuidados sencillamente no pueden acudir al empleo, o no pueden cuidar a sus menores o dependientes.
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La carga de los cuidados está mal repartida y completamente feminizada. Mientras las personas sin hijos o dependientes han podido dedicar el tiempo de la cuarentena a desarrollar sus inquietudes culturales e incluso aprovechar para su formación o desarrollo profesionales, las familias con menores, personas enfermas y dependientes a su cargo están al límite de sus fuerzas.
La mayor parte del trabajo necesario para sostener la vida (trabajadoras domésticas que cuidan a mayores en sus domicilios, servicios de apoyo a domicilio, trabajadoras de residencias de ancianos, servicios sociales y personal sanitario), están compuestos mayoritariamente por mujeres, que además de sostener las cargas en su vida familiar, ven añadida en estos momentos, la carga de sostener esta crisis en primera línea.
Atender de primera mano la muerte, el dolor, el sufrimiento y la miseria son actividades que entrañan una enorme dificultad y ponen al límite la capacidad de resistencia de las personas. A esta situación hay que añadir el miedo y angustia que sufren las mujeres que se encuentran en primera línea por ser personal sanitario, dedicarse al cuidado de ancianos o estar cuidando a un familiar enfermo, ya que la mayoría de los cuidados que se realizan en el ámbito del hogar no tienen relevo. Si la cuidadora enferma, ¿quién cuidará a los hijos y dependientes? Ahora, los hogares familiares no pueden contar con las abuelas y abuelos por ser personal de riesgo. Se ven ante el dilema de poner en riesgo a los abuelos o trabajar para comer.
Las mujeres migrantes, que además de contar con los peores empleos, pueden tener una red de apoyo más débil se encuentran en estos momentos en una situación de enorme vulnerabilidad.
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No todos los hogares son un refugio ni están en las mismas condiciones. Ya existían infraviviendas, viviendas chabolistas o gente en asentamientos, violencia de género en los hogares, pobreza extrema y violencia hacia menores. El confinamiento sin apoyo social puede estar poniendo en riesgo la vida de muchas personas, y en especial de mujeres y menores. Muchas mujeres sin papeles ven como sus hijos, maridos, amigos están siendo despedidos y no tienen acceso a ningún tipo de ayuda ni derecho social.
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El individualismo imperante y la debilitación de los espacios comunitarios en el sistema capitalista está siendo especialmente dramático en el caso de las personas mayores. Para las que viven solas, para las que no está asegurado el apoyo que puedan precisar más allá de sus redes familiares y que están muriendo en sus hogares. Las salidas de bomberos de los últimos días son mayoritariamente para derribar puertas de personas mayores que han perdido la vida. La situación de hacinamiento y precariedad en las residencias provocadas por las privatizaciones ha puesto sobre la mesa que anteponer el negocio a los cuidados les está costando la vida a toda una generación y que resulta urgente la gestión pública y comunitaria de nuestros mayores.
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Las mujeres también están atendiendo en primera línea los cuidados en el ámbito asalariado. El sector sanitario, de ayuda a domicilio, residencias de tercera edad y trabajo doméstico son espacios completamente feminizados: 70% de mujeres en el sector sanitario, y más del 90% en el resto. Cuanto más precarizado el empleo, menores medidas de seguridad. Son muchas las mujeres que han tenido que atender situaciones dramáticas en residencias de ancianos sin ningún apoyo y sin ninguna protección. Las mismas condiciones han sido denunciadas por las trabajadoras de apoyo a domicilio y trabajadoras domésticas.
NUESTRA PROPUESTA COMUNISTA
Toca poner la vida en el centro
Muchas de las medidas del escudo social propuesto por UP-IU han supuesto una red de apoyo para amortiguar los efectos inmediatos de la crisis. El ingreso vital mínimo va a dar cobertura a muchas mujeres que son especialmente golpeadas por la crisis de cuidados y de empleo.
No obstante, como no entendemos que esto sea un paréntesis que conduzca de nuevo a la normalidad, hemos de ser capaces de convencer de que se necesitan cambios estructurales y no sólo coyunturales. Para eso es necesaria una acumulación de fuerzas en todos los ámbitos. Utilizar el poder institucional y la presencia en medios para dar batalla ideológica a la vez que se acumula fuerza social.
Parece que existen algunas cuestiones importantes que hemos de enfrentar desde esta perspectiva:
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La urgencia del fortalecimiento de todo el sector público de cuidados. Los servicios sociales, la sanidad, la atención domiciliaria, el apoyo a personas dependientes a través de servicios, públicos, gratuitos y universales deben ser prioritarios.
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Es necesario dar respuesta a la emergencia habitacional. Es momento de aumentar la presión sobre los bancos e inmobiliarias, ya que existe suficiente vivienda en el país para garantizar el acceso a la vivienda para agilizar la creación de un parque público de vivienda.
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Activar mecanismos de apoyo a cuidadores en el hogar que no pueden compatibilizar las exigencias laborales con las tareas de cuidados: familias monomarentales, personas al cuidado de enfermos, etc…
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Planificar un desescalonamiento del confinamiento con las personas en el centro. No se puede reactivar el ámbito productivo sin un plan de atención a menores, sin medidas que protejan a los abuelos y abuelas, que son los principales cuidadores informales en ausencia de sus padres. La reactivación de la “economía” no se puede hacer a costa de más vidas, sino que la economía ha de estar al servicio de la vida.
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Reforzar los servicios comunitarios para mapear las condiciones de mayores, dependientes, necesidades de cuidado de menores… de manera que se arbitren medidas sociales de protección: reparto de alimentos, servicios de cuidados…
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Dar valor a las redes de apoyo y solidaridad como espacios de autoorganización popular para generar esas redes comunitarias que nos permitan resistir de forma colectiva en nuestros barrios. Que donde el estado no pueda llegar lleguen las vecinas organizadas. La solidaridad es la ternura de los pueblos. En la medida en que nuestras vidas nos lo permitan construyamos barrio, participemos en las redes de apoyo popular, respondamos juntas. Muchas mujeres fueron las que tomaron la iniciativa de empezar a formar los grupos y esto no es casualidad, ya que somos las históricamente encargadas de sostener la vida generando redes de apoyo. Aprovechemos este momento y histórico y sembremos la semilla que pueda germinar en poder popular, en la puesta encima de la mesa de la sociedad que queremos y en cómo nosotras queremos mover el mundo poniendo la vida en el centro.
Toda crisis entraña oportunidades, y esta ha cambiado la subjetividad de la mayoría social en una dirección favorable: se ha desenmascarado con dureza la afirmación de que el capitalismo mata, se ha visibilizado el valor social del trabajo, se han puesto en valor los servicios públicos y se entiende mejor que nunca la necesidad de planificar la economía y la importancia de poseer el control sobre los recursos estratégicos. Hoy parece que estamos en mejores condiciones para ganar la batalla ideológica de que el interés general ha de estar por encima del individual.
En esta acumulación de fuerzas que deberemos construir en un momento de agudización de la lucha de clases, el movimiento feminista puede jugar un papel importante y sería necesario reactivarlo para articular una agenda social de cambio junto a otros movimientos populares. La red feminista posee una red territorial, que se encuentra conectada con las redes de solidaridad de los pueblos y barrios y su nivel de politización anti sistema es elevado. Además de poseer redes informales internacionalistas para la conformación de resistencias globales en conexión con otros movimientos sociales.
Es necesario aprovechar esta oportunidad para generar una agenda rupturista cuyo eje sea poner la vida y los cuidados en el centro.
Y en la construcción de esta agenda las comunistas podemos aportar algunos elementos importantes en relación a la organización social del cuidado. No sólo es imprescindible dotar de más y mejores servicios públicos, sino de organizar la vida social de otro modo. No parece posible, y ni siquiera deseable, que todos los cuidados que precisemos tengan que estar mercantilizados.
Hay una gran parte de ellos, los ligados al afecto, al establecimiento de vínculos, sin los que no es saludable vivir, y sin los que nadie querríamos vivir.
Deseamos vivir y cuidar a personas a las que queremos y nos quieren, a las que sentimos que importamos, y en este momento de vulnerabilidad colectiva que hemos vivido todas las personas, hemos sentido la importancia de los mismos. Los cuidados son el factor de protección emocional ante las situaciones críticas y lo que, a fin de cuentas, dan realmente sentido a nuestras vidas.
Por ello es necesario pensar qué modelo de relaciones sociales construimos, que rompan el individualismo capitalista y nos ayuden a ampliar los límites de la familia nuclear, para democratizar las posibilidades de contar con relaciones afectivas sólidas para todas las personas que además permitan repartir de forma colectiva los cuidados y que no recaigan sólo sobre los hombros de las mujeres.
Los cuidados son una carga cuando se viven en soledad, cuando no dejan espacio para una mismo y cuando imposibilitan la participación social. Sin embargo, cuando los cuidados se realicen en redes creamos condiciones para que las personas que cuidan también cubran sus necesidades afectivas y de participación social. Siempre habrá necesidades de cuidados especializados, pero hemos de ensanchar los que proporciona la red comunitaria primaria.
No podemos seguir creando espacios públicos de espaldas a los cuidados y a las relaciones. Los horarios de trabajo, los espacios de participación política, etc han de organizarse teniendo en cuenta que la otra parte existe y darles cabida.
Es necesario planificar la economía y la organización social poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro. Y esto es imposible en el marco del capitalismo. Una sociedad que se organice poniendo la vida en el centro es una sociedad comunista. Hace falta imaginar y construir comunismo más allá de los límites que nos deja ver el sistema. Y no cejaremos en nuestro empeño porque nos jugamos la vida en ello.